miércoles, 22 de septiembre de 2010

¡POBRE CUBA!


René Gómez Manzano

Abogado y periodista independiente


En las últimas horas, los trabajadores cubanos se han preocupado por el inminente inicio del despido masivo de “más de un millón” de empleados superfluos, anunciado hace meses por el presidente Raúl Castro. Esa cifra, impresionante de por sí, ha sido precisada por especialistas bien informados, que hablan de no menos de un millón y cuarto.

De manera típicamente orwelliana, el anuncio final de la impopular medida ha correspondido a la tristemente célebre Central de Trabajadores de Cuba, el gremio oficialista que, lejos de defender a sus miembros, se ha consagrado históricamente a exigirles el cumplimiento de las más ingratas demandas de la patronal.

En este caso, bajo el nombre de la CTC se ha publicado un “pronunciamiento” en el órgano oficial del partido único. El denso documento, junto con numerosos lugares comunes de la propaganda comunista, plantea que, entre los lineamientos para 2011, se contempla “la reducción de más de 500.000 trabajadores en el sector estatal”.

En un párrafo antológico, los “representantes del proletariado” hacen un inventario de todas las medidas anti-obreras que ellos propugnan: “Es necesario elevar la producción y la calidad de los servicios, reducir los abultados gastos sociales y eliminar gratuidades indebidas, subsidios excesivos, el estudio como fuente de empleo y la jubilación anticipada”.

¿El principio rector del proceso? La “idoneidad demostrada”. A quienes desconocen las sutilezas de la neo-lengua castrista hay que aclararles que ese eufemismo contiene, como elemento fundamental, la aceptación expresa de las políticas del régimen. O sea: que podemos contar con que este proceso será aprovechado para premiar a los incondicionales y castigar a los desafectos.

Por supuesto que a los que resulten despedidos se les ofrecerán las alternativas de siempre. En primer término, la agricultura, que en el caso de La Habana y de otras ciudades mayores implica alejarse de la familia, instalarse en albergues infectos, usar transportes de cuarta categoría y realizar una labor a la que no se está habituado, y todo ello por un salario ridículo.

¿Otras opciones? Limpieza de calles, enterrador, buzo o cazador de cocodrilos en la Ciénaga de Zapata. Como imaginarán, esas propuestas, que son las que suelen recibir los jóvenes que arriban a la edad laboral, resultarán aún menos atractivas para adultos que no se han criado en esos medios.

Queda entonces la variante del trabajo por cuenta propia. Incluso en la prensa no controlada por el régimen se habla con moderado optimismo de esa perspectiva. La mayoría de los entrevistados expresa la esperanza de aumentar sus ingresos por esa vía. Lo que, por supuesto, está por verse.

No cabe dudar que algunos lo logren, pero serán probablemente una minoría. Los más, apacentados durante decenios en los amplios establos comunistas, no se acostumbrarán a labrarse su propio destino y sucumbirán en la desigual pelea. En el ínterin, cabe esperar que la prostitución y el delito común florezcan como nunca antes. Ojalá me equivoque.

Donde sí existe un entusiasmo delirante por la purga anunciada es en las nutridas filas del sistema estatal de inspectores. Estos funcionarios, entre los que proliferan el cohecho y la desvergüenza, se afilan los dientes pensando en la multitud de infelices que caerán en sus fauces. Como es natural, ellos aspiran a que sus parientes y amigotes engruesen su contingente, por lo que también el nepotismo hará su agosto. ¡Pobre Cuba!

La Habana, 16 de septiembre de 2010.

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